Más allá del dato de IPC el debate se centra en si estamos o no en deflación; esto es, en una disminución generalizada y continuada de los precios de la economía. El Gobierno lo niega, pero hay economistas y sindicatos que opinan lo contrario. La deflación se produce por una contracción de la demanda y se da en una situación de fuerte crecimiento del paro que, a su vez, genera más desempleo. Es uno de los escenarios más temidos, peor aún que la inflación que suele acompañar a periodos de crecimiento. En deflación el menor consumo repercute en caídas de facturación y beneficios, pero los costes no disminuyen ya que hay que seguir pagando a proveedores, trabajadores y bancos. Esta espiral se convierte en un círculo vicioso que obliga a las empresas a abaratar sus productos para hacer frente a los costes fijos y que desemboca en cierre de negocios y más paro. A mayor desempleo menor capacidad adquisitiva de los hogares que, además, aplazan sus compras ante la expectativa de un precio menor. El Gobierno niega que hayamos entrado en esta dinámica apelando a que la inflación subyacente es todavía razonablemente alta. Ojalá tenga razón ya que de lo contrario se pospondría sin fecha la salida de la crisis. No obstante existen recetas basadas en dos pilares de los que el Gobierno sólo ha se apoyado en uno: gasto público y políticas fiscales expansivas, es decir bajada de impuestos.
Artículo publicado en el diario La Razón, el 16 de enero, por Jesús F. Briceño
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