No hay nada peor para combatir el déficit que la inminencia de un año electoral. Cuando parecía que Zapatero había recuperado cierta cordura en materia económica, los últimos datos del CIS han espoleado a los jinetes del gasto. Ahora nos cuentan la milonga de que al haberse producido una cierta relajación en los mercados financieros queda un pequeño margen en el Presupuesto para recuperar infraestructuras paralizadas. La respuesta de los mercados, poco dados a los fuegos de artificio, no se ha hecho esperar e, inmediatamente, han subido el diferencial de la deuda española. El segundo trimestre se ha despachado con una ligerísima recuperación del 0,2 por 100, pero si las caídas que se esperan al final de año están en línea con las previsiones del -0,6 por 100, eso significa que el tercer y cuarto trimestre van a ser de pena. Y eso no se lo puede permitir un presidente que se enfrenta a las elecciones municipales y autonómicas de 2011 en clave de primarias.
La subida del IVA y el recorte del gasto público, unido a las bajadas de sueldos y la congelación de las pensiones son malos compañeros de viaje para este presidente. Lejos de asumir su responsabilidad ante la crisis y el estancamiento al que ha llevado a la economía, Zapatero sigue predicando la Arcadia feliz en la que “los banco abrirán sus líneas de financiación y se facilitará una recuperación del empleo con ayuda de nuevas iniciativas en políticas activas en lo relativo a los servicios públicos”. Nada más lejos de la realidad, como lo ponía de manifiesto en último barómetro empresarial dado a conocer esta semana, así como el relativo al crédito que certifica un repunte de la financiación al sector privado en Europa pero no así en España. La clave de la nueva deriva de Zapatero hay que buscarla en el precio que le van a poner los partidos nacionalistas para apoyar los PGE. La estabilidad presupuestaria vuelve a estar en peligro pero Zapatero, viejo zorro, cree, como Enrique IV, que París bien vale una misa.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario La Gaceta (Madrid), el 12 de agosto de 2010
El coordinador de Economía del PP, Cristóbal Montoro, afirmó hoy que a Rodrigo Rato le espera una «tarea nada fácil, ardua y compleja» al frente de Caja Madrid, si finalmente es propuesto y elegido para presidir esta entidad financiera en sustitución de Miguel Blesa.
El mundo de los denominados expertos financieros mantiene estos días una enconada disputa alrededor de esta expresión inglesa que en román paladino consiste en la obligación de valorar los activos de los bancos a precios de mercado. Si un banco concede un crédito hipotecario de 300.000 euros por una casa que vale 400.000 no pasa nada. Pero si el mercado se desploma y la casa pasa a valer 200.000 euros, el banco tiene que provisionar 100.00 euros. El banco sigue siendo el mismo y la casa también, pero la ortodoxia de la contabilidad y una elemental norma de prudencia así lo indica. Sin embargo esta obligación está para muchos en el origen de la crisis ya que las entidades financieras, primero de Estados Unidos, y luego del resto del mundo tuvieron que poner de golpe decenas de miles de millones para ajustar sus balances al precio real de los activos que figuraban como garantía de los créditos. Como además nadie se prestaba dinero entre sí había que pagar un sobreprecio por un dinero que sólo tenía una finalidad contable, pero que no iba destinado al mercado productivo. Esa espiral llevó a la ruina a Lehman Brothers y tras este gigante americano, tantos otros. Ahora se plantean, encabezados por el multimillonario Buffett dulcificar la norma y dar a los activos un precio simbólico que ahorre a los bancos esta cascada de provisiones con la excusa de que un bien que no tiene mercado no tiene precio. Ahí está el quid de la cuestión pero nadie sabe a ciencia cierta si será peor el remedio que la enfermedad.

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