“Algo debe cambiar para que todo siga igual”. Esta es la frase magistral del príncipe de Lampedusa, Don Fabricio, que se resiste a aceptar la pérdida de sus privilegios en la trama de “El gatorpardo”. Luchino Visconti la adaptó magistralmente al cine y ha pasado a la historia como la crónica anunciada de la decadencia; todo un mundo se derrumba y el protagonista se niega a reconocer que el principal objeto del cambio es él mismo. Zapatero encarna a la perfección este personaje que se cree en posesión de la verdad absoluta y que como Luis XIV, el rey sol, pretende que todo el sistema plantario del Estado gire a su alrededor. Después de haber negado un atisbo de acuerdo en temas fundamentales en seis años ahora tiende la mano para garantizar su blindaje hasta el final de la legislatura.
Cualquiera en su sano juicio firmaría un plan para reducir el déficit, dar credibilidad a los mercados, fomentar el empleo y garantizar las pensiones. ¿Pero debe ser el incendiario el que dirija la extinción del fuego? El déficit y el incremento de la deuda no se han producido como un fenómeno natural e imprevisible. El Gobierno, de forma reiterada, gasta más de lo que ingresa y es el primer sorprendido cuando se hacen públicos los datos. Los parados parecen los culpables de la crisis ya que si su cifra no aumentara por cientos de miles no echarían por tierra la credibilidad de la recuperación económica. Después fueron los mercados, igual que en otros tiempos la conspiración judeo-masónica, el enemigo de España.
Suena a canción infantil: “pío, pío que yo no he sido…” y la solución talismán que se ofrece es el pacto. Un pacto que se presume como un pacto trampa, como el abrazo del oso, en el que se ha involucrado hasta a la corona. Una mano tendida para hacer cómplices de la crisis a todos, empezando por Rajoy, al que se le siega la yerba debajo de los pies. Si acepta es cómplice de seis años de desguace de España; si no, un antipatriota. Las elecciones se ganan para gobernar no para poner tiritas.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario La Gaceta (Madrid), el día 18 de febrero de 2010
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