Pocas veces la encuesta del CIS ha reflejado con tanta crudeza la realidad de España, un país paralizado en cualquiera de los ámbitos que se tomen como muestra. El paro, la crisis económica y la corrupción ocupan los tres primeros puestos de este podio de la iniquidad, con el agravante de que el colectivo que les sigue es de los políticos, llamados, en teoría, a solucionar los males provocados por los que les preceden en este ranking. Varios años de medidas contundentes del anterior y de este Gobierno no han hecho más que agravar la situación y el paro es mayor, la corrupción más extendida y la crisis más profunda. Parejo a este análisis del parlamento de la calle crece la desconfianza hacia aquellos a los que se les considera más capacitados y que tienen la responsabilidad de legislar y gobernar.
La tristeza con la que se levanta cada mañana España no es percibida por aquellos que pasan de su mansión al Audi y de éste a la moqueta del despacho sin haber visto la calle más que al trasluz de los cristales tintados. La resignación con las que se acude a los centros de trabajo, públicos o privados, no es descriptible con palabras. Menos aún la de aquellos que esperan o desesperan ante una inexistente oferta de empleo. De nada sirve que el déficit sea de una décima más o menos si al final la burra se muere. Eso sí, las jubilaciones de los ejecutivos que han llevado a las empresas y bancos a los peores resultados de su historia se siguen contado en millones de euros. Eso y los sobrecogedores no cambian.
Qué envidia da Benedicto XVI, el Papa que ha dado la mayor lección de humildad de la historia, aplicable no solo a la Iglesia, sino a la política y a la economía, al decir: ahí os quedáis, apañaros sin mí.
Artículo de Jesús F. Briceño publicado en el dario LA GACETA (Madrid) el 3 de marzo de 2013
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