Llevo dos años titulando esta columna en la última semana de diciembre como “Feliz año peor”, pero creo que ha llegado el momento de cambiar el adjetivo. 2013 no será mejor para todo ni para todos, pero creo que va a suponer un cambio en nuestra pertinaz crisis económica. En la Edad Media la peste diezmaba a la población pero luego resurgía la vida. Algo así pasará a partir del 2013, aunque nada será como antes. Habrá que trabajar más y cobrar menos y, por primera vez en muchas décadas, una generación vivirá peor que sus padres. Pero es lo que hay y no nos queda más remedio que aceptarlo. Si miramos las etiquetas de muchas de las cosas que consumimos comprobamos que no están fabricadas en España, ni siquiera en Europa, y las compramos porque su relación calidad precio es mejor para nuestro bolsillo. El paradigma es China, en donde se ha impuesto un sistema de producción que choca con muchos de nuestros principio, pero que es una realidad con la que hay que convivir, mal que nos pese.
Se abre camino una nueva forma de gestión en la que prima el ahorro y la eficiencia frente al pleno empleo y el derroche. La gente tiene que buscarse la vida sin que papá Estado, en sus múltiples variantes, venga a sacarle las castañas del fuego. A pesar de que ni el Rey ni la corona son el oráculo de antaño, sí que habría que quedarse con ese espíritu de su discurso navideño de que los sacrificios no son en balde. Varias generaciones se han sacrificado para que nosotros hayamos disfrutado de un nivel de vida encomiable y de servicios públicos como pensiones, sanidad o educación universales y gratuitos. Si para mantenerlos hay que arrimar el hombro, vale la pena, aunque con la convicción de que nada es gratis.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 6 de enero de 2013
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