Las calles se tiñen de rojo, amarillo, verde, blanco o negro según sea el colectivo que se manifiesta. Llama la atención el espíritu lúdico y festivo de muchas de estas movilizaciones, que poco o nada tienen que ver con las reivindicaciones laborales duras de la fábrica o la mina. La gente baila, canta, aporrea tambores y se disfraza. Todos despotrican contra el Estado, las CCAA o los Ayuntamientos, pero nadie quiere vivir fuera de lo público.
No conozco a ningún juez que haya hecho huelga por la lentitud de la Justicia, ni a ningún médico por las listas de espera, ni a ningún conductor de metro o autobús por las demoras en el servicio o colas en las paradas. Muchos ciudadanos están hartos del cuento chino de que todas estas protestas son en defensa de lo público. No señor, basta de mentiras, son en defensa de los sueldos, prebendas o privilegios privados de aquellos que trabajan en el sector público. Les importa un pimiento qué pasa con un paciente al que le anulan una cita y se la dan para dentro de seis meses, y los que cortan de forma salvaje las calles, sin ni siquiera ejercer legalmente su derecho de manifestación, pasan del conductor o peatón atrapado que se está jugando ese día su salud o su puesto de trabajo.
Que en lo público se viven mejor no cabe la menor duda, en contraposición a lo privado, en donde se curra cantidad. Y no digamos de los autónomos que no saben lo que es una paga extra o una enfermedad. A las pruebas me remito, ningún autónomo se da de baja por depresión. Se suman ahora huelgas casi diarias en metro y autobús en Madrid, lo que puede arruinar la campaña de Navidad en muchos comercios. ¿Si arruinan la economía quién va a pagar sus sueldos?
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 16 de diciembre de 2012
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