La escasa credibilidad que había recuperado la economía española se ha disuelto como un azucarillo en un vaso de agua. Un año después de la tormenta que obligó a Zapatero a modificar su política económica el tam tam vuelve a sonar en los mercados. Crece el desconcierto a la luz de los datos que van ofreciendo los organismos internacionales como la OCDE, la UE o la OIT. El paro y la atonía de todos los sectores productivos están espoleando a los acreedores a pedir más garantías para la devolución de la deuda.
Si no se cumplen las previsiones de crecimiento de la economía española habrá que volver a rascarse el bolsillo y o se hace por la vía de los ingresos o por la vía de los gastos o por las dos; es decir, subida de impuestos, de un lado, y reducción de sueldos, pensiones y prestaciones por desempleo, por el otro. Si no, al tiempo.
El Gobierno trata de desligarse de la imagen negativa que ejerce la sombra de Grecia y Portugal. Ambos países están jugando al ratón y al gato con la UE y la paciencia se está agotando. Ante la imposibilidad devaluar su moneda, que sería la primera medida en el caso de que no estuvieran en la zona euro, la única alternativa es devaluar de facto su economía; es decir empobrecerse dando un hachazo al estado del bienestar. No hay otra. Los países ricos de Europa liderados por Alemania no están dispuestos a rebajar su nivel de vida para ayudar a naciones que han querido jugar en primera división con equipos de segunda. Zapatero debería tomar nota. O hace las reformas o nos las hacen.
La cohesión social empieza a hacer agua por los cuatro costados y mantener la ficción de que con cinco millones de parados podemos pagar este derroche va a pasar factura. Las últimas declaraciones de Zapatero echando la culpa de la crisis a Rajoy o la actitud dubitativa y huidiza de Salgado aumentan el descrédito de un Gobierno amortizado que sólo encuentra en el aval del PNV el antídoto contra la convocatoria de elecciones, aunque sea a costa de nuestra dignidad.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 12 de mayo de 2011
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