Europa es vieja y sabia. Tras la Segunda Guerra Mundial a instancias de Robert Schuman se firmó en Roma la constitución de la Comunidad Económica Europea y florecieron los partidos socialdemócratas a los que se debe en gran parte el Estado del bienestar. Los socialistas moderados, junto a la Democracia Cristiana, extendieron los derechos sociales, impulsaron el desarrollo, alejaron el peligro del comunismo, apuntalaron el sistema democrático y extendieron la idea de cooperación entre los pueblos frente a las reivindicaciones territoriales o nacionalistas. Pero al final lejos de servir a los ciudadanos se convirtieron en un fin en sí mismos, en una oficina de empleo para sus afiliados y simpatizantes, impusieron unos impuestos confiscatorios y anularon el sacrificio y el éxito individual. Y los electores a lo largo de los últimos veinte años han ido dándoles la espalda y les han retirado su confianza, otorgándosela a partidos de centro derecha, capaces de generar riqueza, no sólo de repartirla. La últimas elecciones son fiel reflejo de este sentimiento generalizado en toda Europa en donde el voto de castigo a los socialistas ha sido histórico. La salida de la crisis es, ante todo, una cuestión de confianza. Está en juego la reforma del sistema financiero, las medidas contra el paro y el futuro de las pensiones y los votantes, de forma mayoritaria, prefieren dejar estas responsabilidades en partidos serios que no hagan experimentos con el dinero de todos.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario La Razón (Madrid), el 10 de junio de 2009
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