Los del New York Times tienen muy mala baba y además son un poco cabroncetes al identificar a España con el hambre y la pobreza extrema. Es como si nosotros para ilustrar una noticia sobre la campaña electoral que enfrenta a Obama con Romney escogiéramos fotografías de negros pordioseros tirados en las calles de Nueva York o policías apaleando indigentes, cosa que por otra parte es bastante habitual. Podían haber escogido para ilustrar su reportaje sobre España la foto de alguno de los dieciséis millones de españoles que aún conservan su puesto de trabajo o de los millones de jubilados que siguen cobrando religiosamente su pensión o de los miles de emigrantes que sueñan en España como tierra de promisión.
Podían reflejar también cómo se tuestan al sol de España los propios americanos, además de alemanes, holandeses, belgas o suecos cuyos gobiernos nos lo están poniendo tan difícil. El fotógrafo escogido por el NYT podía retratar también cómo funcionan nuestros hospitales, que siguen siendo pioneros en trasplantes y que a pesar de la crisis atienden en las urgencias sin pedir el carnet de identidad o la tarjeta del seguro. Podían filmar los atascos que se forman cada mañana para ir al trabajo y los del fin de semana con carreteras abarrotadas de domingueros.
Es verdad que las cuentas de España no van bien porque se ha gastado en exceso y que se ha montado un importante guirigay con las autonomías. Es cierto que hay mucha gente que lo está pasando mal y que las organizaciones caritativas atienden cada vez a más personas y familias sin recursos, pero la imagen de España no se puede resumir sólo en mendigos rebuscando en las basuras. Hay que tener muy mala leche para presentarnos así ante el mundo tras haberles hecho arrumacos al Rey D. Juan Carlos y a Mariano Rajoy. España, modestamente, es una potencia mundial en muchos sectores y sigue colocando su deuda que es comprada entre otros por los americanos, de los que somos socios leales en la paz y en la guerra.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 30 de septiembre de 2012
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