La ventaja de utilizar todos los días medios de transporte públicos es que no hace falta intermediarios para conocer de primera mano la opinión de la calle. Y la gente está muy cabreada, no sólo con el Gobierno y el PP, sino también con el PSOE y, en general, con todos los políticos y las instituciones que nos representan. El descontento no se oculta sino que se manifiesta de forma ostentosa, a viva voz, y el personal no aguanta un pelo. Que las cosas están mal se acepta con resignación, que los recortes vayan todos en la misma dirección eso es harina de otro costal.
Las manifestaciones y, sobre todo, los cortes de las calles por los funcionarios, son contestadas cada mañana con enfrentamientos e insultos ante la connivencia de la Policía que mira para otro lado. Parece que lo único que les importa es blindar el Congreso de los Diputados, pero el resto de las calles, al menos en Madrid, están a merced de los provocadores. Miles de ciudadanos atrapados y cabreados no entienden por qué son secuestrados cada día por otros ciudadanos cabreados que no movieron un dedo mientras tres millones de trabajadores se iban al paro. Ahora les han tocado los moscosos, los canosos y la extra de Navidad, y tienen todo el derecho del mundo a protestar, pero no a costa de los currantes que malviven ya sin vacaciones, sin extras y sin empleo.
La gente de la calle, que son los votantes del PP y del PSOE, no entiende en qué les va a afectar al Rey o al Príncipe que se bajen el sueldo. Clama al cielo el súper contrato de Urdangarín, con un sueldo que supera diez veces el de D. Juan Carlos, cuando los negocios del yerno son un escándalo, sean o no punibles por la Justicia. Los españoles, que va a pagar más hasta por morirse, no entienden en qué les va a afectar a final de mes la rebaja a los ministros, altos cargos y diputados. Oyes por doquier pestes contra este absurdo Estado autonómico y hasta la gente corriente, que no es tonta, pide cerrar el Senado, la Cámara más inútil de la democracia.
Artículo publicado por Jesús F. Briceño enel diario LA GACETA (Madrid) el 22 de julio de 2012
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