A mi no me ha hecho ninguna gracia el “estrangulamiento” del ministro español de Economía, Luis de Guindos, por parte del presidente del eurogrupo, Jean-Claude Juncker, que ha terminado en el abrazo del oso. Parece como si cinco mil millones más o menos no importaran en este chalaneo en el que se ha convertido nuestra relación con Bruselas. Si Rajoy, al que muchos tenemos por sensato, dijo que el déficit tenía que ser del 5,8 por 100 no se entiende que le faltara tiempo a Luis de Guindos para aceptar el 5,3 impuesto por la UE, salvo que estuviera pactado de antemano con Ángela Merkel y todo haya sido un paripé. Cinco mil millones de euros es mucho dinero. Muchos ministerios no tienen ese presupuesto y al final va a tener repercusión donde siempre, en el sueldo de los funcionarios, en las prestaciones sociales o en la subida de impuestos.
De todas formas llama la atención que haya sido precisamente este euroburócrata, Jean-Claude Juncker, el que nos haya impuesto este sacrificio, un ciudadano luxemburgués al que no se le conoce otro oficio que vivir de la política. Jamás ha pagado una nómina, ni siquiera la ha cobrado en una empresa privada, ni ha ejercido como abogado. Se afilió al Partido Popular Social Cristiano en el paraíso luxemburgués y allí ha vivido de bobilis bobilis toda su carrera pública, en la que ha llegado a ser responsable de Finanzas, primer ministro y gobernador del Fondo Monetario Internacional. El Gran Ducado de Luxemburgo es un Edén en el marasmo de tensiones políticas y sociales de Europa, residencia de ricos y sede de bancos opacos, con una ridícula cifra de paro y en donde se vive la mar de bien. Manda huevos, como diría Trillo, que sea precisamente este señor tan atildado, que sólo sabe lo que es pasar necesidad o una huelga general por los reportajes de la CNN, el que nos haga el presupuesto. No les vendría mal a o todos estos capitostes de Bruselas una pasada por la economía real para que sepan lo que cuesta pagar o cobrar una nómina.
Artículo de Jesús F. Briceño publicado en el diario LA GACETA (Madrid), el 21 de marzo de 2012
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