Fátima Báñez no es pastorcilla como Lucía o Jacinta, sino guerrera y azote del Gobierno en la anterior legislatura, pero Rajoy espera de ella que haga honor a su nombre y realice el milagro de bajar de los cinco millones de parados. Disposición y formación no le faltan a esta diputada por Huelva y titular de la cartera de Trabajo, pero los milagros, por desgracia, no están al alcance de los ministros por mucha fe que tengan y hagan las cosas como Dios manda.
Fátima Báñez ha iniciado la ronda de consultas con los agentes sociales con la meta de alumbrar una reforma laboral tratando de aunar posiciones entre una patronal que esgrime a Ángela Merkel como bandera, frente a unos sindicatos que siguen anclados en Largo Caballero y en José Antonio Girón. La reforma laboral no sólo es necesaria, sino que es imprescindible, pero ni la libertad de contratar y despedir, ni el abaratamiento del paro crean empleo por sí mismo. Tras el anuncio por parte de Luis de Guindos de que entramos otra vez en recesión, fruto de la herencia envenenada del Gobierno Zapatero, los datos de la EPA y del paro registrado de los próximos meses van a ahondar aún más en el pozo que parece no tener fondo.
Desde la II República la cartera de Trabajo siempre ha estado ocupada por pesos pesados de la política. Salvo Zapatero, que la ninguneó con ministros de cuota ajenos a la realidad, convertidos en títeres en manos de los sindicatos, la ministra de Trabajo tiene mucho que aportar a la recuperación económica sentando las bases de una reforma laboral acorde con las necesidades de un Estado moderno, equilibrada entre las pretensiones de la CEOE y las reivindicaciones de UGT y CCOO. Para que la negociación sea un éxito tienen que caer muchos tabús, como la financiación de los agentes sociales, el papel de los liberados sindicales, la eficacia de los convenios o la dualidad de los contratos, que es una aberración. Pero, sobre todo, cambiar la mentalidad de que es más importante proteger al parado que crear empleo.
Artículo publicado Jesús F. Briceño en el diario LA GACETA (Madrid), el 30 de diciembre de 2011
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